Manuel Belda, filológo, comisario de la exposición y coleccionista que ha prestado para la misma más de medio centenar de piezas nos habla hoy de una de sus libros preferidos de todos lo que en la muestra se recogen:
Cuando Carlos III llamó a
palacio a sus embajadores para presentarles la Nueva Edición corregida por la Real Academia de la Lengua Española del INGENIOSO HIDALGO DON QUIXOTE DE LA
MANCHA, compuesto por MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA, sin duda que el monarca
debió de sentirse muy satisfecho y orgulloso de poder dar a conocer una obra de
tamaña importancia.
Corría el año de 1780 y,
tras muchas ediciones, algunas tan relevantes como la de Londres de 1738 y la
de La Haya de 1744, por fin en España, en Madrid, se llevaba a cabo la
publicación de una soberbia edición, digna de un libro y de su autor. En una imprenta de excepción, en la de don
Joaquín Ibarra, impresor de Cámara de S.M. y de la Academia.
Las gestiones para tan
importante empeño habían comenzado años antes, en 1773. El académico Vicente de
los Ríos así lo expresa en su discurso “Elogio histórico de Miguel de Cervantes”
y el Primer Ministro, Marqués de Grimaldi, se lo propone al rey, justificando la necesidad de tal empresa en
motivos como “la exaltación y gloria del ingenio español, la defensa del idioma
castellano, el impulso de la mayor perfección de nuestra imprenta y la digna
ocupación de los sobresalientes profesores de las artes…”
La mejor edición del
Quijote, nunca publicada hasta entonces, estaba en marcha.
Ya en el Prólogo de la
Academia de la obra podemos leer cómo se prepara esta edición de cuatro
volúmenes, en folio menor, que se encarga a la Imprenta de Ibarra.
En primer lugar, y como
correspondía a una entidad como la Academia, se depura y limpia el texto de errores
ortográficos y se recupera el título que el propio Cervantes había dado a la
obra, eliminándose lo de “Vida y Hechos…”, además de fijar una división en dos
partes, la primera y la segunda, con sus correspondientes capítulos.
Además del prólogo
académico, la obra contiene la biografía de Cervantes, un análisis de la novela,
y un plan cronológico con la supuesta duración de las aventuras de don Quijote.
Cuenta, también, con un importante apartado de fuentes y documentos que
sustentan la biografía y el análisis de Vicente de los Ríos.
Se busca y se compra el
mejor papel, el de la fábrica de Josep Llorens y se hacen fundiciones nuevas de
las letras. Asimismo Ibarra emplea acertadamente el satinado para quitarle la
huella de la impresión. Se modifican las
grafías V por U, y la de la S larga como F, y se utilizan tintas de gran
calidad y brillantez. Se dice que don Joaquín empleaba una fórmula secreta
inventada por él.
Sin duda que la imprenta
de Ibarra cuidaba los detalles. Se sabe que no contrataba a oficiales ni
aprendices que no conocieran regularmente el latín, además de otras materias de
cultura general. En su imprenta trabajaban más de cien personas y era un
orgullo pertenecer a ella.
La fama y bien hacer de
Joaquín Ibarra ya venía avalada y precedida por la realización del Salustio, el
libro mejor impreso, se dice, del siglo XVIII.
Capítulo destacado de esta
edición son las 33 láminas, el retrato de Cervantes, las cabeceras, letras capitulares,
remates, además del mapa con la ruta de los viajes de don Quijote, de Tomás
López, que adornan sus páginas.
Hasta entonces se habían
venido repitiendo dibujos y figuras de autores extranjeros de ediciones
anteriores. Por fin, una edición española va a contar con grabados y láminas
hechos por españoles y teniendo en cuenta la indumentaria, armas y tipos de la
época de Cervantes. En dichas estampas se refleja la valentía, el idealismo y
ese “bendito” ridículo del caballero
andante, así como la ingenuidad de Sancho, la desesperación de familiares y
allegados, la burla, la ira… y las reacciones de los personajes con los que se
va encontrando.
Tal tarea se le encarga en
principio a José del Castillo. Pero, puesto que el autor se retrasaba en la
entrega, en 1776 se convoca a concurso a siete nuevos dibujantes y pintores. Entre ellos están, además de Bernardo
Barranco, José Brunete, Gregorio Ferro y Jerónimo A. Gil, el salmantino Antonio
Carnicero que, a la postre, sería el autor de la mayoría de las láminas, y el
jovencísimo Francisco de Goya cuyo trabajo, curiosamente, no fue seleccionado.
Grabadores renombrados
como J. Francisco Fabregat, Francisco Montaner, Joaquín Ballester, Manuel S.
Carmona, entre otros, trabajarían esas
valiosas obras artísticas. Láminas que se repetirían en las ediciones
posteriores como la de la Imprenta Real, en la de Sancha de 1797, en la versión
castellana de Leipzig de 1800 y 1810, en la de París-Londres de 1814 y en la de
Madrid de 1862.
En suma, una edición para
la que no se escatimaron esfuerzos y que se empezaría a imprimir en 1777, con
una tirada de 1000 ejemplares para unos, y de 1600 para otros.
Añadamos también a estos
breves apuntes, el dato de la recuperación para su libre utilización en ordenadores
de la denominada tipografía Ibarra, Ibarra Real, empleada y diseñada en la
imprenta del ilustre aragonés, editor del Quijote que vemos anunciado en la Gaceta
de Madrid de 22 de mayo de 1781:
“Cuatro
tomos en cuarto real con láminas finas, cabeceras y remates; con el retrato de
Cervantes copiado de una pintura del siglo pasado… y un mapa señalando los
viajes de don Quijote… Se halla esta obra en casa de D. Joaquín Ibarra, calle
de la Gordura, a 300 reales sin encuadernar, y allí mismo se venderán también
juegos sueltos de estampas a cien reales cada uno.”
P.D. (En la Exposición CERVANTES, LENGUA DEL ALMA, se
puede ver el Tomo I de la edición de Ibarra, de 1780, objeto de estas notas. La
foto que se incluye corresponde al retrato de Cervantes que contiene dicho tomo
junto a su biografía.)
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