L. Annei Senecae opera, et ad
dicendi facultatem, et ad bene vivendum utilissima
(Obras de Lucio Anneo Séneca,
muy útiles no sólo para la facultad de hablar, sino también para el bien vivir)
Lucio Anneo Séneca
Edición preparada por Erasmo de Rotterdam
Editado en Basilea, 1537
Biblioteca del Seminario
Diocesano (Ciudad Rodrigo)
Séneca
y Erasmo. Dos grandes figuras de la filosofía y del saber humano. Humanistas,
como luego será Cervantes, aunque Séneca se separe bastante en el tiempo de
nuestro escritor más universal y del humanista por excelencia. No es baladí ni
casualidad tener las obras completas de Séneca recopiladas por Erasmo en
nuestra exposición. Tampoco es casualidad que esta obra póstuma proveniente de
la magnífica Biblioteca de nuestro Seminario San Cayetano, editada en 1537 (un
año después de la muerte del humanista) en Basilea (la patria donde Erasmo
editó la mayor parte de su trabajo) se encuentre en la primera vitrina de la
Exposición. Es la vitrina introductoria, el pozo de la Sabiduría, el capítulo
dedicado a Cervantes como fuente de humanísimo saber.
Y
es que tanto Erasmo como Séneca influyen claramente en Cervantes. Su manera de
tratar a los personajes, los valores de la philosophia
Christi que se desprenden del Quijote, el propósito de ir sicut cervus ad fontes (como el ciervo a
las fuentes), la búsqueda de las bonae
litterae, el triunfo de la razón sobre la superstición, la fantasía y la
magia… todas estas ideas que tanto defiende Cervantes tienen cierto anclaje en
sistema de pensamiento de Erasmo. Y excepto en lo que a lo cristiano y
renacentista se refiere, también se asientan sobre la filosofía estoica, en
cuyas filas se inscribió el latino más español.
Obra,
por tanto, importante, en la que se refleja que el propósito fundamental de
Cervantes no era otro sino ahondar en aquello que nos caracteriza: nuestra
humanidad. Séneca y Erasmo. Dos grandes de la historia unidos, sin quererlo, o
queriéndolo, en otro grande, en Cervantes. Y una pequeña anécdota. Los grandes
a veces no son reconocidos. Se les reconoce años después de su muerte. Por eso
si, cuando visita la exposición, uno se fija con detenimiento en la página por
la que está abierta la obra de la que tratamos, puede observar unas palabras
escritas a mano: liber damnatus.
Sí.
Lo ha traducido usted bien. Efectivamente: libro
condenado, éste, por la Inquisición, como casi todas las obras de Erasmo de
Rotterdam. Gracias a Dios, aunque se incluyó esta obra en el índice no fue
sometida a quema. Por eso la conservamos. Preciosa analogía con el capítulo VI
de la primera parte del Quijote, donde múltiples libros son conducidos a la
hoguera para evitar que vuelvan a enloquecer al ingenioso caballero... aunque
algunos de ellos, los que profundizan en la L de Literatura, Libro, Letra y Libertad, son Librados de la condena. Pero de la L
hablaremos en otros momentos, más adelante…
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